La costumbre de ahuecar y tallar una calabaza para
convertirla en un farol llamado Jack-o-lantern tiene su origen en el folklore
irlandés del siglo XVIII. Según se cuenta, Jack era un notorio bebedor, jugador
y holgazán que pasaba sus días tirado bajo un roble. La leyenda cuenta que en
una ocasión, se le apareció Satanás con intenciones de llevarlo al infierno.
Jack lo desafió a trepar al roble y, cuando el diablo estuvo en la copa del
árbol, talló una cruz en el tronco para impedirle descender. Entonces Jack hizo
un trato con el diablo: le permitiría bajar si nunca más volvía a tentarlo con
el juego o la bebida.
La historia dice que cuando Jack murió no se le permitió la
entrada al cielo por sus pecados en vida, pero tampoco pudo entrar en el
infierno porque había engañado al diablo. A fin de compensarlo, el diablo le
entregó una brasa para iluminar su camino en la helada oscuridad por la que
debería vagar hasta el día del Juicio Final. La brasa estaba colocada dentro de
una cubeta ahuecada “llamada nabo” para que ardiera como un farol durante mucho
tiempo.
Los irlandeses solían utilizar nabos para fabricar sus
“faroles de Jack”, pero cuando los inmigrantes llegaron a Estados Unidos
advirtieron que las calabazas eran más abundantes que los nabos. Por ese
motivo, surgió la costumbre de tallar calabazas para la noche de Halloween y
transformarlas en faroles introduciendo una brasa o una vela en su interior. El
farol no tenía como objetivo convocar espíritus malignos sino mantenerlos
alejados de las personas y sus hogares.
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